"Iba en el tren, un viejo me mostró su pija y me dio bronca y miedo”"
- chicaudaz
- 13 oct 2017
- 3 Min. de lectura
Caminar por la calle y, sobre todo, ir en transporte público se convirtió en el infierno de las mujeres. Ahí es donde más expuestas estamos y sabemos que pueden venir “piropos” y también acosos, manoseos y hasta tener que ver el pene de un hombre.

Lo peor de todo: andar sola, usar cierta ropa o simplemente tu forma de caminar parecen justificar ante algunos hechos que no deberían pasar nunca.
Me levanté como cualquier otro día. Era abril. Todavía hacía un poco de calor, así que pensé rápido en qué ponerme.
Busqué algo común, que no llame la atención ni muestre mucho. No quería ser criticada ni demasiado acosada en la calle por hombres que creen que pueden decirme lo que quieran solo por ser mujer.
Caminé esas dos cuadras a la facultad desde el lugar donde me bajo y escuché gritos de un grupo de hombres que trabajan en un taller mecánico. Pero no le di importancia. Lamentablemente es algo de todos los días.
Mi compañero, con el que me vuelvo todos los días en un viaje de más de una hora en el tren Sarmiento, había faltado. Entonces, como si nada, como debería ser, me tomé el Sarmiento rumbo a mi casa, después de cursar.
Conseguí un asiento del lado del pasillo: auriculares y redes sociales eran mi compañía. La chica que se había sentado al lado de mí se durmió, algo usual entre todos los pasajeros que vuelven después de cumplir obligaciones.
Y pasó. Un hombre de alrededor de 50 años subió en la estación Caballito y se me para al lado. Entre Flores y Floresta me doy cuenta que, como si nada pasara, el desubicado (por no usar el primer insulto que se me pasa por la cabeza) estaba con su pija al aire. Y me la mostraba.
Me puse nerviosa y no sabía qué hacer. Miré a mi alrededor y nadie se daba cuenta de la situación. Cada pasajero iba con lo suyo. Sin dudarlo, cuando el tren paró en Floresta y abrió sus puertas, le pido que se baje y lo hace sin decirme nada.
Me guardé toda la bronca e insultos que se merecía, ¿Por qué? Miedo. No sabía si me iba a pegar, insultar o algo más. Mucho menos veía una respuesta de los demás pasajeros a defenderme o ayudarme en caso de que pasara algo.

Algunos se dieron vuelta a ver, pero nadie me preguntó ni le interesó que había pasado. Y así tuve que estar, 9 estaciones más intranquila, mirando todo por las dudas, con solo ganas de llorar e insultar a esta sociedad machista en la que vivimos.
¿Por qué me tiene que pasar eso? A mí y a muchas mujeres más. Solo por no nacer hombres, por vivir en un país donde no somos más que objetos. Se refleja en los programas más vistos, las publicidades y actitudes cotidianas que no llaman la atención y se presentan como normales.
¿Qué importa lo que sentimos? ¿Qué importa lo que queremos? Si nada más somos cuerpos, que tenemos que aguantar gritos, silbidos, acosos todos los días. Si no podemos salir a las calles solas porque, solo por ser mujer, nos puede pasar algo. Si tenemos que pensar dos veces todas las mañanas en qué ponernos porque si no, nos critican y hasta justifican las peores barbaridades.
Y así fue como viajar sola otra vez en el tren me llevó mucho tiempo, y cada vez que lo hago no es tranquila. Cada vez que recuerdo ese momento se me pone la piel de gallina y vuelve la impotencia. No dudo que a todas las que lo sufrieron les pase. Y ellos, siguen como si nada.
A todos aquellos que creen “que no se queje si se viste así”, “si se saca fotos así”, “si sale sola a la calle”, a ellos son a los que no habría que dejar salir a la calle. Porque con esa mentalidad justifican y tal vez acosan o manosean.
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